Se
denominó Barroco al movimiento artístico y cultural que se desarrolló durante
el siglo XVII. Desde un punto de vista temático, en esa época se mantuvieron
los temas y tópicos del Renacimiento pero tratados con un profundo pesimismo
existencial derivado de la enorme crisis económica y social de la época. Por
ello, los temas de la brevedad de la vida, la rapidez con la que el tiempo huía,
la desaparición de los goces, la complejidad del mundo que rodeaba al hombre y
la idea de la muerte fueron constante en la literatura de ese periodo.
Con
las bases científicas creadas durante el Renacimiento, la mentalidad del ser humano se
volvió más racional, alejándose de los
ideales de la época anterior. Además, surgió una nueva concepción del arte, rompiendo
nuevamente con las formas clásicas que fueron sustituidas por el desengaño, la
exageración, los contrastes de luces y sombras, y el exceso de detalles. Esta
nueva concepción se manifestó en todas las artes, las cuales estaban ligadas
unas a otras: la pintura y la escultura, la música y el teatro,...
Con la renovación de las técnicas y estilos surgió también una estética recargada,
intensificando los recursos estilísticos del lenguaje, que buscaban el dinamismo,
el contraste y la exageración. El lenguaje literario rechazaba la sencillez y el
equilibrio renacentista a cambio de expresiones cargadas de ingenio y
originalidad. Destacó el gusto por imágenes que mostraban la oposición de
contrarios, la acumulación de recursos retóricos, los juegos verbales o las
exageraciones llegando incluso a la deformación o caricaturización de la
realidad.
En
la poesía barroca sobresalieron dos grandes tendencias estilísticas:
El CULTERANISMO, representado por Luis de Góngora, en el
que predominó el uso de metáforas cultas
en la escritura para añadir sustancia al texto e intrigar al lector. Esta
corriente estuvo reñida con el Conceptismo, un estilo utilizado por su rival
Francisco de Quevedo.
El CONCEPTISMO, cuyo máximo representante fue Francisco de Quevedo. Los conceptistas hacían
hincapié en el significado de las palabras y en las relaciones entre ellas.
Empleaban la metáfora, la alegoría, la antítesis, el paralelismo, y otras
técnicas para establecer relaciones entre conceptos. Si bien algunos de estos
recursos habían aparecido en la poesía trovadoresca y petrarquista del final de
la Edad Media y del Renacimiento, fue durante el periodo Barroco que se cultivaron
con más intensidad. Los conceptistas evitaban las descripciones directas y
buscaban comunicar numerosas ideas con la mayor concisión posible, por lo que
las palabras polisémicas, los juegos de palabras, la ironía, la anfibología,
los equívocos, las paradojas y los zeugmas figuraban entre los recursos más
utilizados en su poesía.
Otro
prolífico e importante autor de esta época que cultivó poemas conceptistas,
aunque reconociendo el valor de los culteranos, fue Lope de Vega.
En la sociedad barroca surgieron dos tendencias: una absolutista y otra liberal. La primera se basaba
en un tradicionalismo católico absolutista cuya finalidad era propagandística:
la Iglesia y el Estado, para mantener sus ideales firmes y populares entre la
sociedad, utilizaban las artes, especialmente el teatro, la literatura (novelas
de caballería, pastoriles, picaresca) y la pintura, para difundirlas de modo
moralizante. La segunda, basada en un nacionalismo liberal burgués, surgió en
contraposición de esos ideales y normas impuestas, mostrando la realidad del
mundo y de la sociedad, así como el deseo de avanzar, rompiendo con todo
aquello que hasta el momento era considerado correcto. Predominó un sentimiento
de libertad creadora, dando pie a nuevas formas y estilos centrados en el
desengaño, la angustia existencial, el tenebrismo, y al mismo tiempo, el humor,
la sociedad, la realidad, la mitología y el ingenio. De esta época destacaron autores como Miguel de Cervantes, Tirso de Molina, William Shakespeare, Calderón de la Barca, Lope de Vega, entre otros.
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