El
término gótico enmarcó un estilo de literatura popular surgido en la
Inglaterra de finales del siglo XVIII. El renacimiento del gótico fue la
expresión emocional, estética y filosófica de la reacción contra el pensamiento
dominante de la Ilustración, según el cual la humanidad podía alcanzar,
mediante el razonamiento adecuado, el conocimiento verdadero y la síntesis
armoniosa, obteniendo así felicidad y virtud perfectas. Los filósofos de
la Ilustración trataron de eliminar los prejuicios, errores,
supersticiones y miedos que, según ellos, habían sido fomentados por un clero egoísta en apoyo a los tiranos. La literatura de
esos años estaba plagada de ensayos filosóficos y de novelas de costumbres que
reflejaban la realidad. Sin embargo, las teorías sobre el
conocimiento, la naturaleza humana y la sociedad eran terribles para
aquellos que creían que el miedo podía ser sublime. El énfasis de la
Ilustración en la necesidad de racionalidad, orden y cordura no podía menos que
reconocer la rareza de estos fenómenos en la civilización. No todos los
pensadores defendieron el racionalismo tan vehementemente. La generalización de
que el siglo XVIII fue la Edad de la Razón en la cual la felicidad humana
dependía del dominio de la pasión y de las normas seguras, descansaba en la otra
“media verdad”, según la cual la humanidad necesitaba pasión y temor.
A pesar de
las ideas dominantes de orden y sobriedad, en el último tercio de siglo surgió en Inglaterra una nueva corriente que pondría los cimientos de lo que sería más tarde el Romanticismo: lo Gótico, historias que incluían elementos mágicos, fantasmales y de terror, poniendo en tela de juicio lo que era real y lo que no. La afición por el exceso gótico pronto
captaría el interés de los intelectuales británicos. Desde esta afición creció
una escuela de literatura gótica, frecuentemente derivada de modelos alemanes.
La sucesión de narrativas góticas que proliferaron entre 1765 y 1820, con
un nuevo brote a través de la era victoriana (especialmente en la década de
1890), estableció una iconografía que todavía, actualmente, es familiar a través
del cine: húmedas criptas, paisajes escarpados y castillos prohibidos habitados
por heroínas perseguidas, villanos satánicos, luces y sombras, goznes chirriantes, manuscritos ocultos, ruidos extraños, animales exóticos, hombres locos, mujeres fatales,
vampiros y hombres lobo. El terror gótico tal y como se conoce hoy en día es en gran medida una
invención de ese periodo. El género gótico se extendió desde 1765 hasta 1820 aproximadamente, aunque casi todos los autores del Romanticismo del siglo XIX volvieron su mirada hacia él, inspirando algunas de sus obras más famosas (Drácula de Stoker, El Fantasma de Canterville de Oscar Wilde, Frankenstein de Mary Shelley, Jane Eyre de Charlotte Brontë,...).
Los partidarios de la Ilustración no encontraron ninguna utilidad a los fantasmas y
a las atrocidades sádicas que Shakespeare y sus contemporáneos habían
explotado, pero para finales de 1700, esos fantasmas, reprimidos pero no
“muertos”, retornaron con fuerza en forma de novelas y poesía gótica. Dos
siglos más tarde, las películas de horror se mantendrían fieles a esta tradición,
reinventando antiguas imágenes de locura, muerte y decadencia.
En su
primer período, la literatura gótica surgió para saciar las inquietudes de las
almas más disconformes con el orden regente, buscaban poder experimentar
sensaciones prohibidas y escapar de la rutina diaria. Pronto una
parte significativa de la sociedad asimilaría este nuevo género y lo
utilizaría como válvula de escape. Conforme avanzaba la segunda mitad del siglo
XVIII, surgió el gusto por la arquitectura medieval, por las sombras, viajes en el tiempo y el espacio a épocas pasadas o inexistentes que alejaban al lector del presente… En la
literatura se comenzó a vislumbrar la atracción por lo misterioso y oscuro. El
pionero y fundador de este género fue el inglés Horace Walpole y su Castillo de
Otranto (1764). Walpole dio un nuevo rumbo al movimiento literario de la época,
y su novela fue un auténtico punto de ruptura, ya que a partir de su
publicación fueron muchos los que decidieron indagar en este nuevo género. Sin
embargo, pese a la gran cantidad de autores que intentaban imitar el estilo de
Walpole, la siguiente gran creación del género se caracterizó por estar
desmarcada de los clásicos escenarios góticos. En 1786 se publicaría una obra que
mostraba devoción por lo oriental, la historia del califa Vathek de William
Beckford (1760-1844).
En la
creación de Beckford, escrita en forma de breves relatos narrados por sus personajes, se contaba las diferentes desdichas de sus protagonistas. Pese a ser
independientes, todas las historias aparecidas en esta obra tenían algo en
común, algo estremecedor que acechaba al lector sin descanso durante toda la
lectura, algo que acompañaba siempre a sus protagonistas: el abismo. Se mantenía constante durante todo su desarrollo, así como la existencia de sucesos
sobrenaturales y personajes típicamente góticos, atormentados e inducidos por
el mal hasta su perdición eterna.
Desde sus comienzos, el gótico se impuso como una literatura de sentimientos prohibidos y caos sobrenatural. Deleitándose en lo maligno sobrenatural, el gótico trataba de subvertir las normas del racionalismo y del autocontrol apelando a la eterna necesidad humana de elementos inhumanos, una necesidad no satisfecha por el sensato y decoroso arte de la Ilustración. Walpole abrió la puerta a un universo alternativo de terror, de confusión psíquica y social cuya mera existencia había sido negada por el sistema de valores neoclásico. Esplendor en ruinas, hermoso caos, atractiva decadencia, espectáculo espantoso y extravagancia sobrenatural se convirtieron en los rasgos definitorios de una nueva estética gótica que tenía en el alivio de la inanición emocional su meta artística. El recinto fatal, metáfora central de toda la ficción gótica, sirvió al objetivo implícito del gótico como una respuesta a la inseguridad política y religiosa de una época agitada.
Desde sus comienzos, el gótico se impuso como una literatura de sentimientos prohibidos y caos sobrenatural. Deleitándose en lo maligno sobrenatural, el gótico trataba de subvertir las normas del racionalismo y del autocontrol apelando a la eterna necesidad humana de elementos inhumanos, una necesidad no satisfecha por el sensato y decoroso arte de la Ilustración. Walpole abrió la puerta a un universo alternativo de terror, de confusión psíquica y social cuya mera existencia había sido negada por el sistema de valores neoclásico. Esplendor en ruinas, hermoso caos, atractiva decadencia, espectáculo espantoso y extravagancia sobrenatural se convirtieron en los rasgos definitorios de una nueva estética gótica que tenía en el alivio de la inanición emocional su meta artística. El recinto fatal, metáfora central de toda la ficción gótica, sirvió al objetivo implícito del gótico como una respuesta a la inseguridad política y religiosa de una época agitada.
En 1764, las
connotaciones del término «gótico» eran todas negativas, dado que dicho
término había sido utilizado para denigrar objetos, personas y actitudes
consideradas bárbaras, grotescas, ordinarias, primitivas, sin forma, de mal
gusto, salvajes e ignorantes. En un contexto artístico, “gótico” significaba
todo lo que era ofensivo a la belleza clásica, algo feo por su desproporción y
grotesco por su carencia de gracia unitaria. Walpole, calificando su obra como «una
historia gótica», no sólo elevó el estatus del adjetivo sino que
proporcionó una etiqueta para el torrente de narrativa de terror que le
seguiría. De ahí en adelante, las obras góticas se ambientaron normalmente en
decorados situados en un espacio y tiempo remotos para inducir una atmósfera de
sublime terror y de suspense. La acción gótica solía producirse en localizaciones cerradas
donde los lectores se podían sentir tan perdidos y desorientados como los
propios personajes: granjas abandonadas, mazmorras, casona vacías, criptas. Las descripciones eran abundantes para crear una atmósfera que atemorizase al lector.
Denunciada
por los críticos y devorada por los lectores, la narrativa gótica emergió como
una fuerza dominante desde su inicio con Walpole hasta su cenit en 1820 con Melmoth, el errabundo de Charles Robert Maturin. Estas seis décadas fueron consideradas por los historiadores literarios como los años góticos en los que
una multitud de autores satisfizo los insaciables ansias de terror del público.
La novela gótica (también denominada negra) era sensacionalista, melodramática,
exageraba los personajes y las situaciones, se movía en un marco sobrenatural que
facilitaba el terror, el misterio y el horror. Abundaban los vastos bosques oscuros
de vegetación excesiva, las ruinas, los ambientes considerados exóticos para el
inglés como España o Italia, los monasterios, los personajes y paisajes
melancólicos, los lugares solitarios y espantosos que subrayaban así los aspectos
más grotescos y macabros, reflejo de un subconsciente convulso y desasosegado.
Los precursores del espíritu gótico se podrían encontrar en los poetas de la
“escuela del cementerio” (Graveyard School), quienes expresaron su desagrado
hacia la razón, el orden y el sentido común en una mórbida efusión de oscuros
versos.
Por otro lado, los
empresarios teatrales se apropiaron rápidamente de la moda del gótico
literario. La principal inspiración teatral vendría de la mano del Frankenstein de Mary Shelley y El vampiro de
John Polidori. Así pues, El vampiro de James Robinson
Planche se estrenaría en 1820 y Presumption
or The Fate of Frankenstein de Richard Brinsley Peake en 1823. T.P. Cooke
alcanzó la fama por interpretar al vampiro y al monstruo en la misma noche,
presagiando el vínculo entre Frankenstein y Drácula durante el siglo XX.
Sin embargo,
la popularidad del terror escénico británico culminó en 1888 con la
llegada a Londres de una adaptación americana de El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde de R.L. Stevenson.
El gótico
fue madurando y entre 1778 y 1780 siguió dos líneas de desarrollo, una que
continuaba el espíritu subversivo de Walpole y otra línea más conservadora,
doméstica y didáctica. Ejemplo de estas tendencias serían el revolucionario Matthew Lewis y la conservadora Ann Radcliffe.
Con Ann
Radcliffe y sus extensas novelas (Los castillos de Athlyn y Dunbayne, 1789;
Romance de la selva, 1791; Los misterios de Udolfo, 1794), el período gótico
alcanzó su plena madurez y la novela gótica ganó, a su vez, en calidad, pues su
autora supo recoger todo lo cultivado hasta el momento y volverlo a crear mucho
más diestramente que las de sus predecesores. El don narrativo de Radcliffe
sirvió de inspiración a otros autores como Matthew
Lewis que, con su obra El Monje (1796),
daría un nuevo impulso a la novela gótica.
La
aparición de Radcliffe y Lewis establecieron dos maneras de entender la
literatura gótica. Radcliffe apostaba por un terror contenido, insinuado, sublime y siempre valorando por encima de todo la
plasticidad de sus visiones. Lewis en cambio buscaba la esencia del horror. Su objetivo era provocar pavor al lector y no escatimaba en
medios para lograrlo. El terror y el horror eran tan
opuestos entre sí que el primero expandía el alma y despertaba las facultades
dormidas hacia las esferas más altas de la existencia; el otro, la contraía, la
congelaba y la aniquilaba por completo. Ni Shakespeare ni Milton en sus ficciones habían considerdo el horror como origen de lo sublime,
mientras que todos coincidían en señalar al terror como su verdadera fuente. El
terror de Radcliffe era observado, contemplado e incluso admirado, mientras que
el horror de Lewis era vivido, sufrido.
Las
clásicas novelas góticas dejaron paso a un goticismo influenciado por distintas
corrientes emergentes. Sin duda, una de las más influyentes sería el Romanticismo. Después del gran éxito que
tuvo en la década de los noventa, el género gótico decayó a finales del siglo XIX con la irrupción del Positivismo, que promulgaba una explicación científica para todo. Las obras de terror gótico fueron llamadas historias de fantasmas. El adjetivo "gótico" continuó usándose ya que muchas de las historias se enmarcaban en la época medieval, o bien la acción tenía lugar en un castillo, mansión o abadía de ese estilo arquitectónico, donde abundaban pasadizos, huecos oscuros y habitaciones deshabitadas que se prestaban a crear ambientes inquietantes. El goticismo volvería a resurgir hacia los tres últimos años del período, de la mano de una jovencísima Mary WollstoneCraft Shelley, cuando ésta asistió junto a su marido Percy
Shelley a una reunión en la que también estaban presentes Lord Byron y John
Polidori. Esa reunión a orillas del lago Leman sería la responsable de la
creación de Frankenstein o el moderno
prometeo de Mary W.
Shelley.
Frankenstein
trataba sobre cómo un joven estudiante de medicina, Victor Frankenstein,
descubría el secreto de la vida. A partir de restos de cadáveres conseguió dar
forma a una criatura con apariencia humana, una criatura de proporciones
monstruosas y de horrible expresión, pero que poseía su propia alma. Victor
horrorizado por el ser que acababa de crear decidió rechazarlo, la criatura
viéndose abandonado por su creador y maltratado por el resto de la sociedad,
debido a su tosco aspecto, intentaría obtener respuestas del porqué de su
existencia. La obra, en sí, contenía imágenes sobrecogedoras y angustiantes, páginas
llenas de desesperación y venganza donde se reflejaba también la perdición del
alma humana. En la magnífica obra de Shelley se cuestionaba, por otro lado, al hombre como creador, intentado
atisbar los límites morales de la ciencia, planteando cuestiones que más tarde
el género de la ciencia ficción rescataría, poniendo en tela de juicio la
conducta humana.
Pero Frankenstein no fue la
única creación que se gestó a orillas del lago Leman, John William Polidori,
médico y secretario personal de Byron, creó un relato llamado El Vampiro publicado en 1819, cuyo protagonista,
un joven caballero de apellido Aubrey, encontraba en Lord Ruthven una extraña
figura que aparecía en todas las fiestas pero al que nadie parecía conocer
realmente. El destino decidió que ambos fueran compañeros de viaje por diversas
regiones del continente. Sin duda alguna, Aubrey tendría la oportunidad de
conocer mucho mejor a su compañero Lord Ruthven y así saber apreciar su
particular dieta a base de glóbulos rojos. Páginas y páginas llenas de
escalofriantes pasajes y argumentos que no decaían en ningún momento, envolvían
constantemente al lector. Sin duda El Vampiro de Polidori influiría de manera
decisiva en Drácula de Stoker y dejaría establecidas las bases del vampiro
moderno.
El gótico
de este periodo tomó una dirección introspectiva en cuentos o historias relacionadas con el temor a la
locura, obras obsesionadas con transformaciones bestiales o la pérdida de la
racionalidad y narraciones fantasmales que introducían temas sobre dudas
teológicas y confusión erótica. Con la subjetivización del terror gótico se
hizo más difícil identificar y afrontar la maldad, dado que ésta residía
profundamente en nuestro propio interior. El tema de la doble
personalidad se convirtió en la fórmula más popular del periodo y el encuentro
con la bestia interior se pudo apreciar brillantemente en relatos como Memorias privadas y confesiones de un
pecador justificado de James
Hogg, El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde de Stevenson y El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde. La confluencia de la
bondad y la maldad en el mismo personaje sugirió un cambio en la naturaleza del
villano gótico. A excepción del vampiro, el malvado del relato gótico de la
época victoriana conservaba la naturaleza de ángel caído, heredada de la figura
del atormentador atormentado de la novela gótica del siglo XVIII.
Esta humanización convertía al malvado gótico en un personaje más vulnerable como
el Roger Chillingworth de La letra escarlata de Hawthorne o el Heathcliff
de Cumbres Borrascosas de Emily Brontë.
El terror gótico también se apoyó del
lado oscuro del Romanticismo para renovarse y crear referentes culturales que
hoy siguen estando muy presentes en la literatura y en las demás artes. Con el
nacimiento del Romanticismo Oscuro (Dark Romanticism),
las influencias circularon en ambas direcciones y se enriquecieron mutuamente. La
ausencia de esperanza parecía ser un rasgo característico que los románticos
incorporaron de manera decisiva. Mientras
las historias de terror se centraban de forma primordial en generar miedo, los
románticos oscuros aportaron una visión filosófica basada en el pesimismo, la
nostalgia y la melancolía. Sus novelas se llenaron de seres atormentados, incapaces de enfrentarse a un destino
implacable; personajes dominados por sus pasiones, inteligentes, enigmáticos,
siempre atractivos pero, a veces invadidos por el remordimiento y la culpa, una culpa que nunca se limpiaba; naturaleza hostil o un entorno lúgubre y en decadencia; el amor imposible (porque el amor también era un
rasgo imprescindible) y toda una inagotable variedad de elementos sobrenaturales y de monstruos, cadáveres, espectros, muertos vivientes, vampiros,
fantasmas y demonios, tanto del exterior como del propio inconsciente.
Llevar al
lector hasta ese estado anímico entre el miedo y el desasosiego, era el
objetivo de la mayoría de los autores y para ello, había que enfrentar al
lector ante los temores más universales, pero también ante los miedos más
particulares de su época. Así, la condenación eterna ya no era tan importante en
las últimas décadas como los demonios de la mente. El mundo de los sueños y las pesadillas también tuvo un lugar relevante por la alternancia entre realidad e irrealidad. El alma fue sustituida por la conciencia pero los temores persistieron, y el
enfoque del romanticismo oscuro sirvió para ambos escenarios, aportando su dosis
de resignación ante la fatalidad. El miedo era el vehículo para acrecentar
la emoción hasta el desenlace fatídico en el que todo estaba perdido y se
descansaba en un plácido estado, tras comprobar que ya no había nada por lo que
luchar.
En las últimas décadas, a partir de mediados de 1970, el movimiento gótico mutó en una subcultura también
conocida como dark, que adoptó la estética de la literatura de terror, las
películas de dicho género y el post-punk. Las historias narradas por la
literatura gótica tradicional solían transcurrir en castillos y monasterios
medievales. Aunque su espectro se amplió con el correr de los años, los viejos
arquetipos nunca desaparecieron: cementerios, criptas, páramos desolados, personajes villanos y seres malignos como hombres lobo, vampiros, fantasmas, demonios y distintas clases de monstruos.
Fuente: EcuRed
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