Escrito por Alfredo
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Rebeca era admirada en los medios publicitarios
por el éxito obtenido en su corta carrera y por sus encantos naturales, sin
embargo, no se conformaba con ello, el narcisismo excesivo le llevó a lograr la
belleza que ostentaba libremente, con el rigor de un escultor perfeccionó su
figura de contornos curvos ingrávidos, se empeñaba en mejorarlo todo, a base de
ensayo logró la sonrisa monalisa, la práctica y las clases de modelaje le
permitieron ese caminar elegante, como marchistas de flotantes pasos,
escasamente permitía que el piso le acariciase los pies, cuando hablaba era un
canto de sirenas cautivando oídos, el movimiento de las manos era delicioso y
austero, no gastaba energía en movimientos bruscos.
Lo más llamativo en el rostro era sus generosos
ojos lilas que regalaban pródigamente alegrías y emociones. Evidentemente los
atributos eran demasiados para provocar admiración de los hombres y envidia en
las mujeres, pero los vestidos entallados y cortos que mostraban sus largas
piernas incentivaban los corrosivos comentarios del grupo de mujeres que
laboraban en las oficinas del tercer piso del Edificio Versalles. El ejercicio
lúdico al entrar al edificio le divertía, la satisfacción de ir dejando por los
pasillos, elevados a rango de pasarelas cuando ella desfilaba, rostros agrios
en las mujeres y serviles rostros en los hombres. Se dejaba adorar, al escuchar
alguna galantería ingeniosa pagaba sobreprecio con una sutil sonrisa.
Durante una noche mientras realizaba la habitual
rutina de cultivar ego y belleza descubrió una tenue mancha cobriza cercana a
la comisura de los labios, era muy joven para manchas producto de la edad, para
Rebeca el origen era lo de menos, la reacción de espanto y asombro fue
desmedida, ante el impacto dejó caer el espejo rompiéndose en siete pedazos,
para Rebeca era inadmisible esa pequeña imperfección, corrió al baño a lavarse
el rostro nuevamente, tal vez desaparecería o tal vez otro espejo no le
mentiría y le devolvería la imagen de su inmaculado rostro, todo intento fue
inútil, persistía indeleble la mancha, regresó al cuarto en busca del celular
para acordar una cita con el dermatólogo.
Aún fuera del acostumbrado equilibrio que le
caracterizaba recogía el espejo quebrado, en realidad trataba de unir
delicadamente las piezas como si de un rompecabezas se tratara, como si fuera
la propia alma quebrada la que intentara unir, al terminar la obsesiva tarea
atisbó tímidamente el trizado espejo, la desazón del gesto corroboró la
presencia de su tormento y entristeció más, si ello era posible, el mismo
espejo parecía entristecer solidario, limpió el pedazo que reflejaba la mancha
y obstinada seguía ahí. Se le ocurrió la idea de cubrir la mancha en el espejo,
recortó los labios de una revista en la que habían publicado su rostro como uno
de los más exitosos del medio publicitario, y los acomodó cuidadosamente en el
espejo trizado, el artificio resultaba ingenioso y ocioso, pero por lo menos le
permitió dormir con menos pesimismo.
Al siguiente día, despertó más temprano de lo
acostumbrado y se miró al espejo. No estaba. La macula ya no estaba, fue una
pesadilla tal vez, pero no, el trizado espejo en el piso con el recorte pegado
le indicaba que había sido verdad, de rodillas nuevamente sobre el piso echo un
vistazo al espejo y su limpio rostro se reflejó en él, Rebeca tuvo la extraña
sensación de ver en el espejo una sonrisa que ella no esbozaba, el espejo se
veía satisfecho como ella lo estaba, parecía decirle ¡lo hicimos!, se le
ocurrió la bizarra idea de quitarle el recorte al espejo al regresar a casa por
la noche. Así lo hizo e intento dormir en la noche más larga de vigilia
esperando el resultado, como un deja vu, otra vez por la mañana frente al
espejo viéndose la mancha en el rostro, otra vez de rodillas y apoyada sobre
las palmas de la mano observando el espejo, otra vez la misma sensación al ver
un ojo guiñado en el espejo, sin que ella hubiera hecho algún gesto.
No hizo conjeturas, esperaría después de la
visita al dermatólogo. La respuesta del especialista hubiera sido preocupante
bajo otras circunstancias, el que fuera una pigmentación natural como reacción
a factores externos, -rayos UV, químicos en cremas y hasta en la alimentación,
explicó el doctor-, no le incomodó, así que sin pensarlo soltó la pregunta que
le carcomía la curiosidad, ¿Dr. Santos, puede una misma mancha aparecer y
desaparecer a capricho?, interrogó Rebeca-. La negativa contundente, inquietó a
Rebeca, el espejo trizado adquiría otro valor, anhelaba llegar a casa para
plantear un nuevo reto al espejo, durante el transcurso del día los compañeros
y proyectos del trabajo tuvieron que soportar su desconcentración.
Finalmente en casa se sentó frente al ordenador
y se avocó minucia a buscar en la red el mejor acercamiento de los ojos de Bety
Duvais, después de obtener una impresión recortó los ojos y los ajustó donde el
espejo debía reflejar los suyos y esperar nuevamente que la noche y el espejo
hicieran el sortilegio.
Que desconocido prodigio del espejo, enorme
sorpresa, Rebeca amaneció con los ojos de Bety Duvais. No había duda, no había
forma de negarlo, tuvo que admitirlo, se preguntaba como era que este espejo
réplica del retrato de Dorian Grey había llegado a su poder. Pero en realidad
el portento era mayor, no era el espejo el que se transforma mostrando las
debilidades de Rebeca, era ella la que extraía del espejo nuevas
características.
Durante ese verano la tarea más importante de
Rebeca fue el rito nocturno de transformación al que cómicamente llamaba
“síndrome”, así durante meses discurrió del síndrome de la nariz postiza de Miguel Jacksen, al síndrome de la cabellera de Farrita Boquitas, del síndrome
de los labios de Angelita Solís, al síndrome de los ojos de Carmelita Miró.
Lamentó que el espejo restringiera sus alcances a la cabeza, le hubiera gustado
extender la diversión estival vistiendo las honestas caderas de Shaa kita o los
falsos senos de Holywood.
Hubo dos “síndromes” que debieron alertarla, el
primero fue cuando adoptó el síndrome de la sonrisa infantil de Monona flyer, pues durante ese
efecto hurtó artículos de una tienda departamental, la cleptomanía de Monona presente, durante la noche
lo lamentó, pero entusiasmada con el habito olvidó el detalle, porque
inconciente y deliberadamente iba a continuar dando vuelo a su narcisismo
liberado; el segundo de ellos, hilarante, no logró prevenirla, debido a la
obsesión de Rebeca por los ojos, quizá porque los de ella podrían rivalizar con
los mejores, recortó los de un perro de la raza Husky Siberiano y al siguiente
día además de adquirir el color enigmático en los ojos, en un par de ocasiones
contrariada por alguna decisión soltó gruñidos ligeramente audibles
disimulándolos con una sonrisa, pero la risa fue mayor al no lograr ahogar
entre sus manos un ladrido al enojarse con un subordinado.
Ignorar los alcances de sus transformaciones,
que iban más allá del físico abarcando también la asimilación de carácter,
personalidad, vicios y enfermedades, le llevaron a una elección fatídica por
Rita Heywork y debido a la belleza extraordinaria de esa mujer Rebeca mantuvo
durante tres días ese síndrome, durante los dos primeros olvidó pequeños
detalles, pero para el tercero aparecieron prolongadas lagunas de memoria, los
recuerdos se le escabullían, había adquirido el Alzheimer de Rita, funesto
resultó no percatarse de los detalles que pudieron evitar esta calamidad. Ahora
era tarde.
Los recuerdos iban y venía, cuando volvían se
cruzaban como ráfagas desordenadas, como cuando dicen que mueres y vez pasar
rápidamente tu vida, y si ella moría lo hacia a pedazos porque los recuerdos
eran parciales e intermitentes, en un momento de cordura preparó para el ritual
el recorte de su rostro completo, quería olvidar la demencia de Rita Heywork
que le hacia olvidar su propia vida, pero al asomarse al espejo ya no era
Rebeca, ya no sabía de quien era el rostro que tenía en la mano y mucho menos
sabía porque ese espejo trizado permanecía en el suelo y furiosa por reflejarle
el rostro lleno de cicatrices arremetió frenética contra él hasta convertirlo
en impalpable polvo de sílice y con ello Rebeca quedó atrapada
irremediablemente en un personaje condenado a olvidarlo todo.
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